Yo ya te he perdonado.

Hoy, rebuscando en mis maletas, me he encontrado una nota que nos pasamos durante un examen. Menuda conversación.

Y me he dado cuenta de una cosa. Y es que tía, yo ya te he perdonado.

Por los años. Por tanta diversión. Por las terapias reversibles.

Te he perdonado. Pero además, hace mucho.

Te he perdonado por esas veces que nos miraban raro cuando nos daban ataques de risa que solo tú y yo entendíamos (casi siempre empezaba yo, perdona por la shame).

Lo he hecho por todos los días que te dije “¿y si no vamos?” y me levantabas con gritos, palmas y empujones. No sabes cuanto lo agradecí aunque nunca te lo dijera.

Por todo aquello que tenías que me inspiraba a ser mejor.

Porque estuviste en momentos muy clave.

Te he perdonado, además, porque me hacía mucha gracia la forma en la que decías mi nombre. Bueno, la verdad, me meaba viva solo con que respiraras.

Por cada una de las tardes de conversaciones quejándonos a saco paco de todo lo que nos pasaba, como si el mundo entero estuviera en nuestra contra (qué agilipollás´ estábamos).

También, por todas las veces que llegamos tarde a ver una obra.

Te he perdonado porque teníamos el día hecho en cuanto sabíamos que comeríamos sushi.

Por las miradas de complicidad en los momentos torpes.

Bueno, que sepas que también lo he hecho por aquel día que iba tan pedo que me tuviste que vestir y meter en la cama.

Por las veces en las que tu casa fue la mía, y al revés.

Y por supuesto, te he perdonado por las peleas que tuvimos, sin las cuales, probablemente, yo hoy sería un poco menos yo.

Yo ya te he perdonado. Y a mí misma. Por las dos. Por paz. Y porque en realidad, no había nada que perdonar.

Ojalá el camino a Ítaca nos vuelva a juntar y me puedas decir que tú también lo has hecho, que me has perdonado.

Y que todavía quede un pequeño cartucho de nuestro humor para despedirnos.

Pero sobre todo, para celebrarnos.